Despierto en medio de
la noche buscando tu cuerpo en mi colchón, a tientas acaricio la superficie y
no te encuentro. Prendo un cigarrillo y pienso en aquel hombre. Aquel hombre
que va con aires de grandeza en los bolsillos vacíos, aquel hombre que te puede
enamorar con su filosofía de vida cero responsabilidades, aquel hombre que no
cree, aquel hombre que no llora, aquel hombre, aquel, que con su perfume
endulzó mi vida, que con sus besos borró el amargo sabor.
Ahí va, aspirando a
ser gran hombre, de gran familia, va como si fuese esplendoroso, creyéndose el
más brillante en la tierra, el más ocurrente, pensando que puede llevarse el
mundo por delante.
Vuela de boca en
boca, probando, enamorando, te recita de memoria su discurso de hombre libre,
con la mirada tierna, como si de verdad creyera en lo que dice. Le creen, todas
le creen, yo no fui la excepción, fui otra más que compro su discurso barato,
con palabras insulsas, que te hacen creer que a su lado el mundo será de ambos.
Se pasea buscando, algo
que ni él sabe. Viaja y busca.
Yo lo esperaba en
cada viaje, con esperanzas de un amor perdurable, como aquella flor que me
regaló, la cual duró más que su fascinación en mí.
Las personas le
llaman la atención, se fascina, encuentra una cualidad en vos, la estudia la
adora, la halaga, y después se cansa, juega un poco con tu pelo y te dice te amo,
pero en el fondo, se cansa y se va.
-
Yo te quiero a vos.
¿De verdad lo hacías? O era una mentira más, otro discurso,
de los cuáles estabas dotado para unos meses de relación.
Hizo cuanto quiso, me
dejo inmersa en tus ojos, pensando que bajo esa mirada triste, realmente había
una tristeza oculta, que yo quería sanar. Pasaba horas imaginando cuál podría
ser, tal vez un viejo amor, tal vez.
-
Yo te quiero a vos.
Y yo le creía, y él me decía lo que quería escuchar, lo que
tanto había anhelado escuchar.
Aquel hombre, sin
hogar, sin amor, aquel hombre que amé. ¿Dónde estará? ¿Con quién estará? Tal
vez recitando su cuento, tal vez solo, o tal vez piense en mí, como yo lo hago.
Tal vez algún día vuelva, cansado de buscar lo que no encuentra, cansado de no
formar parte de nada, de no comprometerse con nadie.
-
Yo te quiero a vos.
Lo repetía, y lo
repetía, y ¿Cómo no creerle? Si me miraba fijo con sus ojos miel y sentía que podía
ver mi alma, sentía que sus palabras eran puras, y me enojaba conmigo misma por
dudar de él. Tal vez fue cierto, tal vez si me quiso, a su manera, a su absurda
manera de querer, de creer que las cosas son como él las hace, que no hay error
en sus actos. Es que te lleva por donde quiere de manera imperceptible, de
manera que creí que yo misma me había metido ahí y después me sentí culpable,
le echaba la culpa en voz alta, pero en mi interior me sentía culpable, porque
él en realidad siempre me dijo las cosas claras, pero sentía que sus ojos me
decían otra cosa, y ahí estaba el engaño, el maldito engaño.
-
Yo te quiero a vos.
-
Y yo a vos, siempre.
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